De huevos va la cosa

Con las caras tapadas, las botas militares, las pistolas con silenciador en el cinto, aquellos individuos daban realmente miedo. Caminaban furtivamente por el campo con gran rapidez. Parecían realmente fantasmas. Sólo se oía el ruido de la hierba que dejaba su rápido andar. El tipo mayor hizo una señal a los dos que le seguían. Le sobrepasaron con un triángulo perfecto. Eran un pelotón perfectamente entrenado y sincronizado. Las luces del pueblo se veían a lo lejos. La gente dormía tranquilamente mientras la muerte avanzaba por aquellos campos en forma de un triángulo letal.

¡Silencio!. Se detuvieron como si ahora el juego hubiera cambiado y ahora fuera la muerte que les observaba a ellos. Los dos hombres que iban delante se dieron la vuelta mirando a su líder. Esperaban alguna señal. ¡Nada de nada!. El líder estaba como petrificado...

Agachado con una rodilla en el suelo, una mano en el pomo de la pistola y la otra mano haciendo la señal de la piedra: quietos y mudos. ¡TODOS!... De repente, al igual que el león se tira sobre la presa, el líder empezó a correr adelantando a los otros dos invirtiendo el triángulo.

En perfecta sincronía de nuevo volvían a avanzar rápidamente.

Se encendió la luz de la casa más cercana a los campos. Se abrió la puerta y salió un hombre armado hasta los dientes: por la mañana un simple y muy honorable campesino. Por la noche un despiadado asesino.

El más pequeño de los hombres sentía cómo el corazón se le paraba. Sabía que estaba a punto de morir. Si ese desgraciado le veía era hombre muerto. Los otros dos no parecían muy distintos: inmóviles con un rictus de terror en sus caras. Esperando el ruido del percutor. Esperando el impacto de la bala en el pulmón, el corazón o simplemente un pasaporte inmediato al depósito de cadáveres más cercano. ¡Nada!. No ocurrió nada. El hombre regresó a su casa, escupiendo la amargura de aquellas horas sobre la escarcha de las plantas mientras maldecía su suerte.

Se sintieron aligerados. Como si alguien les hubiera perdonado la vida. Siguieron corriendo su frenético camino por los campos hasta que al final llegaron a su destino. El hogar de las gallinas. Abrieron los sacos y empezaron a recoger los huevos que allí había. A pesar de las prisas, ahora aquellos asesinos y ladrones, recogían los huevos como si fuesen oro. Sus manos ejecutoras de tantas y tantas muertes, ahora se volvían delicadas y femeninas para no molestar a mama gallina. Uno a uno iban llenando los sacos y protegiendo tan preciado material. Finalmente el líder hizo la señal del águila y todos supieron que el tiempo había terminado.

El robo se había consumado.

Los hombres sonreían como niños pequeños. Sabían que tenían un tesoro. El líder se asomó al tipo de la nariz rota mientras le decía:

'Ahora salimos de aquí cagando leches. Si ves a alguien que se pone delante de nosotros, ¡dispara a matar!. ¡Si señor. ¡Como siempre LÍDER!', contestó el hombre pequeño. Todos se miraron con cara de complicidad y media sonrisa y empezaron a deshacer el largo camino.

El líder sentía el latir del corazón. Había jurado mil veces dejar de fumar pero no había manera. Sabía que lo matarían el humo de los cigarrillos o algún maldito campesino armado hasta los dientes. Los pulmones le quemaban de tanto correr. Los otros dos iban detrás de una distancia prudente. Reía por dentro, feliz con su botín.

Primero él, después su risa y finalmente su botín, cayeron abatidos por una bala 460 Weatherby Magnum. No tuvo tiempo ni de maldecir. Sus dos compañeros casi se tropezaron con él. No se pararon a ayudarle. Solo recogieron su saco.  Sabían que si no corrían como el viento, le harían compañía en una furgoneta ensangrentada.

¡Salvados!

Lograron salvarse al llegar a su furgoneta. Mientras uno ponía los sacos con mucho cuidado en la nevera especializada, el otro arrancaba el motor con celeridad. Tal y como llegaron se fueron. En medio de la noche se confundieron como una mancha de sangre en un vaso de vino.

Eran uno menos pero teniendo en cuenta el botín, ¡había merecido la pena!.

Al día siguiente, un hombre de clase media salía de su casa con una nota escrita por su mujer. En la lista figuraba la leche, los pañales, la fruta y las verduras. El hombre aparcó el coche frente al súper. Mientras hacía la compra con esa lista en sus manos, se paró ante el escaparate de los huevos.

Había muchos y de todos los colores y tamaños. Cogió con sus manos una caja de cartón donde dentro había una docena de preciosos huevos que parecían de porcelana y saco uno. Lo miro.  El precio de la unidad 1,50 euros. Eran sólo huevos. Poca cosa. Pero muy útil para preparar una buena tortilla de patatas. Se preguntó cómo podían tener ese precio. No lo entendía. Era un simple huevo. Lo dejó donde estaba. No podía permitírselo.

El subconsciente le traicionó mientras refunfuñaba: ¡qué huevos!.

Comentaris

Miquel Netto ha dit…
es una manera d´explicar molt entretinguda i amb molt bon misteri como si obra del Ruiz es tractes, de dir-nos l´ho empreyat que estas de lo cara que s´ha posat la vida? Quins pe.....
vinga va.. d´on ho has vampiritzat???

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